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Marta florece en Vía Primavera
Lugar: Vía Primavera
Por: Isabel C. Tobón
La Vía Primavera, ubicada en El Poblado, se ha convertido en una zona de moda que reúne los contrastes característicos de la realidad de Medellín. En este sector se encuentran mujeres como Marta Hincapié, con negocios como Rosas Don Eloy, para vender las flores más lindas y coloridas que le hacen honor al nombre de esta concurrida calle.
“Marta, ¿a cómo las rosas?”, pregunta una joven.
“Son mil, amiguita”, responde Marta Isabel, quien es vendedora de flores en la Vía Primavera, en el barrio El Poblado de Medellín. Esas rosas rojas fueron la última venta del día.
A las 4 de la tarde, en medio de baldes de Sapolín cargados de agua para remojar las flores de todos los colores, se encuentra sentada en una silla Rimaxcon un cojín de Piolín Marta Isabel Hincapié Sánchez.
Hace 16 años vende margaritas, anturios, gérberas, rosas (las más populares), aves del paraíso y follaje verde -como sus ojos- a quienes transitan por el sector de Provenza.
El puesto de flores se lo heredó a su padre, quien ha dedicado su vida entera a estas: le enseñó a sus hijos a vivir de ellas, construye silletas y a sus 70 años las vende de manera ambulante por el centro de Medellín. Mientras tanto, su hija se instaló de manera definitiva al lado de la quebrada La Presidenta, haciendo honor con sus flores a la calle que conoce bien: la Vía Primavera.
Flores y Banquetes Santa Elena se llama su negocio que nació en el corregimiento de Santa Elena al oriente de Medellín, donde reside Marta con su esposo y sus dos hijos, de 17 y 14 años.
Su día comienza a las 6 de la mañana para coger el colectivo que la lleva a la Placita de Flores de Ayacucho, donde consigue las flores más frescas que comenzará a vender en su puesto a partir de las 10 de la mañana, hora en la que la zona comienza a despertar.
Un delantal de blue jean con su número de teléfono es el uniforme de esta mujer que además de vender flores, se dedica a limpiar apartamentos para poder sobrevivir.
“Marta, ¿cómo van los enfermos?”, le pregunta una anciana que pasa frente a su puesto guiada por su empleada. “Ahí van doña Gloria, en la lucha”, le responde Marta. Los enfermos son su padre y su hermana: ambos padecen cáncer. Su padre cáncer en la piel, según ella, debido “a tanto sol que ha recibido en la vida”. Su hermana con tan solo 31 años sufre de cáncer de seno. Marta, aunque quisiera acompañarla en sus sesiones de radioterapia, debe trabajar para ayudar a sostener a su familia.
“Yo soy la mano derecha de mi familia”, dice Marta mientras revisa el agua de las flores. “Yo los cuido porque me nace hacerlo y porque me necesitan. Pero para poder hacer eso tengo que trabajar y por eso le meto tanto empeño a esto de las flores”.
El que Marta se dedique a esto no es fortuito. En realidad, por sus venas corre la sangre de sus abuelos y fundadores de la tradición silletera: Carmen Emilia Sánchez y David Emilio Sánchez, a quienes les debe el amor por las flores y todo lo que ha aprendido de ellas: cortarles el tallo, cambiarles el agua, mantenerlas en un lugar fresco, y otros secretos que no devela, son la clave para que duren por lo menos una semana.
La frescura es clave en este negocio, sobre todo con la competencia tan fuerte que Marta dice tener en El Poblado. A pocos metros está Rosas Don Eloy, más arriba está el puesto de venta de flores de La Visitación -que además es de un primo suyo-, el puesto de Oviedo y el del Parque de El Poblado. Por eso quisiera construirle un puesto a su negocio “con todas las de la ley” para posicionarse aún más. Para esto dice que ya cuenta con el permiso de Espacio Público de la Alcaldía de Medellín.
Le gustaría poner un letrero grande, con buenos recipientes para exhibir sus flores de manera más elegante y tener un techo que la resguarde del sol y el agua que día a día soporta. Ese es su sueño, concluye Marta. Eso sí, un puesto acompañado por la gruta del Divino Niño que le cuida el negocio, al cual no le faltan las flores.
Sin embargo, ese detalle se queda corto frente a lo que ella considera es lo más bonito de su labor: la actitud de la gente. “Lo mejor de mi trabajo es el positivismo de vender flores, llegarle con una sonrisa a la gente, venderles algo que les alegre el día, les decore la casa”.
Quizá por esa razón la mayoría de sus clientes son amas de casa del sector que pasan por su puesto cuando van para misa, a hacer ajustes de mercado o a disfrutar de un café en la gran variedad gastronómica que se ofrece en el sector y aprovechan para comprarle a “Martica” las infaltables flores.
Como en Vía Primavera y sus alrededores se ha hecho evidente durante los últimos 5 años la presencia de extranjeros, esto ha despertado en Marta las ganas de aprender otro idioma. “Yo me defiendo a punta de señas con ellos cuando les vendo las flores, pero me gustaría poder saber algunas cositas”, afirma Marta sonriéndole a un par de “monos” que precisamente pasaban frente a su puesto. Saber decir los precios en inglés y no gaguear, es su meta.
Los rayos del sol de una tarde de verano en la ciudad caen directo sobre las flores de Marta, y resaltan el amarillo en cada una, pero el día no fue muy bueno: a duras penas le da para cubrir el transporte de vuelta a Santa Elena que por lo menos le cuesta 20 mil pesos. Pero como ella dice, es un trabajo de paciencia y “con ‘despesperación’ no se gana nada”.
Ya espera con ansias que llegue la próxima fecha especial: el día de la mujer. Ese día lleva a su hijo mayor, el artista de la casa para que le cree bouquets, y a su esposo para que le ayude a manejar la cantidad de dinero que llega ese día. Así se prepara para atender esa fecha a los hombres que buscan llevarle a las mujeres un ramo de rosas más lindo y más barato que el de Don Eloy, o el anturio más rojo, la flor preferida de Marta.
Antes de partir para su casa a descansar, Marta se amarra los cordones de sus tenis desgastados por el trajín de su labor. Se para de su silla con una sonrisa y lleva uno por uno los baldes a su bodega, ubicada al lado de un hostal. A las 10 de la mañana del día siguiente estará lista otra vez para seguir embelleciendo con sus flores el barrio Provenza.
El delantal que viste Marta fue un regalo de una de sus clientas más fieles que le recomendó crear su propia marca y comenzar a darle más forma a su negocio. Ella quisiera poder tener más diseños
Un ramo sencillo de 12 rosas en el tradicional Don Eloy puede llegar a costar 150 mil pesos, cantidad que dice Marta se llega a hacer en un muy buen día de trabajo.