La Presidenta se transforma en mercados
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Lugar: Parque Lineal La Presidenta
Por: Catalina Jaramillo
Entre áreas verdes y una quebrada se abre paso un sendero peatonal de cemento que cruza el Parque lineal La Presidenta y une la zona financiera de El Poblado con el Parque Lleras de Medellín. “Cada que tengo tiempo vengo a La Presidenta”, asegura Camila mientras le lanza a su perro, un Border Collie negro y blanco, una botella de plástico para hacerlo correr.
Es común que las personas que viven por esta zona o los turistas que se alojan en algunos de los hostales aledaños visiten el Parque de La Presidenta durante el día para relajarse o simplemente lo usen como atajo para cruzar de un lado a otro y así hacer sus caminos más cortos.
Sin embargo, los domingos todo cambia. Dos carpas altas, fijas y modernas que tiene el parque se convierten en el techo de los famosos Mercados Campesinos; al parecer son muchos los que quieren un puesto allí, por eso la Alcaldía arma semanalmente 3 carpas adicionales para abrirle espacio a más vendedores.
Al subir por el sendero del Parque de La Presidenta desde la Avenida El Poblado –en donde cientos de personas caminan, montan en bicicleta o trotan por la popular ciclovía–, hay dos avisos verticales y enormes que reciben a los visitantes y les explican qué se encuentra y por qué se debe comprar en los Mercados Campesinos.
Después, un gimnasio público con piso de arena y máquinas rojas y amarillas se encarga de darle al parque una atracción adicional. “No soy de hacer ejercicio, pero todos los domingos vengo porque me gusta el ambiente y aprovecho para montarme a uno que otro aparato de estos”, asegura Juan mientras mueve sus pies y manos a toda velocidad en algo muy parecido a una elíptica.
Al lado están los Mercados Campesinos. Dentro de las carpas fijas hay aproximadamente 12 mesas que forman una U. “Me encanta venir aquí, pero siempre he dicho que el espacio no está bien distribuido, se ven muy apeñuscados y cuando se llena, es imposible comprar sin empujarse con las demás personas”, asegura María Christina sentada sobre un tronco, acalorada y con 3 bolsas blancas a su alrededor.
Este espacio huele a café y a cilantro. A café porque, según aseguran la mayoría de los visitantes, en la mesa del frente venden el mejor que se pueda tomar. Y a cilantro porque, guardadas en cajas de plástico, se exponen frutas, verduras y hortalizas para antojar a todos los visitantes. “Desde que conozco los Mercados Campesinos no volví a comprar lechuga, tomate y repollo en el mercado, aquí son más baratos, más limpios y más frescos”, cuenta Liliana, quien en cuclillas selecciona, entre las cajas que están en el piso, los productos que va a comprar.
En la mesa de la esquina está Eloisa, una señora morena de pelo crespo que vende artículos de decoración y unos manteles de cuadros blancos y rojos. “Estos manteles son los que utilizan todos mis compañeros para decorar sus puestos”, asegura al tiempo que sonríe, ella que solo irradia felicidad.
Todas las mesas de los vendedores son iguales. Primero va un mantel naranja, después uno de cuadros fucsias, verdes y naranjas, y por último van los que vende Eloisa. Sus compañeros también van vestidos igual: bluyín, una camisa blanca tipo polo con un escudo en la espalda, y un delantal camel que dice Mercados Campesinos en color verde al frente.
A un lado de las carpas fijas, y al aire libre, hay un espacio en el que una mesa y 25 sillas aproximadamente imitan un salón de cocina. En él Laura Castro, chef del restaurante Le Coq, le enseña a sus 15 espectadores, en su mayoría mujeres, a preparar una receta con semillas y productos poco comunes.
“Trato de no perderme ninguna clase, mi esposo ya sabe que cada 15 días tenemos paseo a los Mercados Campesinos”, asegura Mónica riéndose mientras mira a su marido, quien empuja el coche de su bebé.
En las carpas de afuera, es decir, en las que pone la Alcaldía semanalmente, se vende comida ya preparada y lista para consumir. Por eso los olores son más fuertes y esta vez predomina el de un chorizo muy aliñado. Las mesas están ubicadas en forma de L, en una de ellas venden todo tipo de jugos.
Un señor y una señora exprimen naranjas y en recipientes de vidrio parecidos a unas peceras enormes hay ‘lulazo’, ‘cocazo’, ‘maracuyazo’ y ‘guanabanazo’ listos para servir. “Este es un jugo natural, le dejamos las pepitas al maracuyá y la textura a la guanábana, por ejemplo, para que la gente lo disfrute diferente, no lo licuamos en ningún momento”, explica una de las vendedoras mientras revuelve con una cuchara el ‘cocazo’.
En la esquina se vende jugo de caña de azúcar, y más en el centro está la mesa de Don Carlos y Doña Claudia, una pareja de esposos de Santa Elena con su negocio Tamálvarez, ellos venden fiambre de hoja y tamales.
Los mercados campesinos empiezan a las 8:00 a.m. “a nosotros nos gusta llegar temprano, por eso nos despertamos a las 4:00 a.m. para preparar los fiambres y estar aquí a las 7:30”, cuenta Don Carlos, quien asegura que tiene clientes fijos, como todos los otros vendedores. “Hay una pareja que viene siempre a comprar tamal para el almuerzo y en diciembre nos encargaron como 100 para una reunión familiar”, dice Doña Claudia, mientras su marido le explica a un cliente cómo debe calentar el fiambre.
A la una de la tarde quedan pocas personas, los vendedores terminan de atender a sus clientes y comienzan a recoger sus cosas y a guardar lo que les sobró para volver a sus casas, la mayoría en Santa Elena, otras en San Antonio, San Cristóbal y las comunas de Medellín. Sin duda para todas estas personas los Mercados Campesinos son sinónimo de superación, esperanza y gratitud.