Ciudad del Río: un gran escenario deportivo
Lugar: Parque Lineal Ciuda del Río
Por: Catalina Jaramillo
El parque lineal Ciudad del Río nace como un espacio natural creado para la interacción cultural, deportiva y familiar en medio de toda la urbanización que hay en la zona industrial de Medellín.
Llegando al sur, por la avenida de Las Vegas, se ubica a mano izquierda el Museo de Arte Moderno. Detrás de él está Ciudad del Río, a la que se accede por unas calles sin mucho tráfico, rodeadas de muros llenos de color por sus grafitis y estrechas porque por lo general hay carros parqueados a lado y lado, a pesar de que hay avisos que lo prohíben.
Desde el comienzo se nota que es un espacio poco común. Una calle cerrada juega el papel de pista en la que, en su mayoría hombres, montan en bicicleta y patineta, volteando y saltando a toda velocidad. La cera que limita con el inicio de la zona verde del parque sirve como gradería para aquellos que quieren ver cómo se practican estos deportes.
“Venir aquí es mi parche de cada sábado, siempre me siento y acompaño a mis amigos. Ya todos nos conocemos, cada ocho días venimos los mismos y, cuando alguno no viene, hace falta”, asegura Cindy, una mujer de 20 años, mientras se come un helado de piña que venden en un carro azul cuya maleta hace el papel de heladería y está parqueado a un costado de la vía donde entrenan los amigos de la joven.
Al recorrer el parque de oriente a occidente es posible encontrarse con un gran número de actividades que llenan de vida este lugar. Entre un motón de personas sentadas y acostadas sobre manteles o sábanas, algunos con copas de vino, dulces y sándwiches se abre paso un grupo de jóvenes que juegan con un frisbee algo muy parecido al ultimate, pero mucho más recreativo.
Ellos se lanzan el disco entre uno y otro mientras corren a toda velocidad, saltan y se divierten para no dejarlo caer. “Cuando llegué aquí no conocía a ninguno de ellos, traje mi frisbee para entretener a mi perro y de pronto se empezaron a unir a mí todos estos muchachos con ganas de jugar, y yo de una”, asegura Mateo, al tiempo que señala a su perro que está amarrado a un árbol saltando y ladrando sin perder de vista el disco que va para todos lados.
El olor a marihuana y las gafas oscuras –que delatan a más de uno- ambientan más adelante un espacio circular construido de piedra que se convierte en el centro de encuentro de amigos, quienes con un par de cervezas pasan la tarde entre conversaciones, chistes y risas. Algunos de ellos comen las obleas que ofrece una señora de aproximadamente 50 años en una caja transparente, y que valen 1.500 pesos.
Los grandes y fuertes árboles que hay en el parque lo hacen el lugar perfecto para practicar slackline, cuenta Aaron, un joven californiano que vino a la ciudad a aprender español y practica este deporte hace 3 años. Él comienza atando su cuerda a un árbol y después a otro a una altura de no más de 50 centímetros.
Después y con una técnica que no parece para nada sencilla trata de poner la cinta lo más tensa posible para poder empezar a caminar sobre ella haciendo equilibrio, y mostrándole a todos los espectadores sus mejores trucos.
El extranjero sabe que su deporte no es común, por eso ayuda con gusto a una niña que se le acerca para pedirle que la deje subir a la cuerda e intentar mantener el equilibrio.
Más adelante, no muy lejos de donde está Aaron, se encuentra uno de los lugares que más deportistas concentra el parque de Cuidad del Río. El bowl, que en un principio estaba pintado con todo en un ecosistema lleno de dibujos de animales marinos y silvestres, y que por el roce de las llantas con el cemento se han ido borrando. Ese espacio recibe a hombres y mujeres que en su patineta, bicicleta o sus patines van dispuestos a lanzarse adentro para, a toda velocidad, hacer piruetas, rodar sobre las paredes del bowl y salir sin chocar con otro deportista o perder el control y caer.
Llegan jóvenes en grupo o solos, saludan chocando la mano a sus demás compañeros y, en un orden que solo ellos entienden, se van lanzando uno a uno. En algunas ocasiones entran más de dos deportistas a la vez, pero sus piruetas, por lo general, se ven interrumpidas.
Brayan, un joven de 16 años espera su turno montado en su bicicleta negra con rines naranjados que va perfecto con su casco, sus jeans y su camiseta blanca. Él asegura que aprendió viendo a sus compañeros y siguiendo los trucos e instrucciones de los más expertos, por eso ayuda con amabilidad a los principiantes que se acercan al bowl.
“Este es un deporte de compañerismo, en el que todos somos amigos y compartimos lo que sabemos. Aquí vienen manes muy ‘calidosos’ y todos aprendemos de ellos”, dice el joven mientras toma un trago de la gaseosa 2 litros de naranja que se pasan entre todos. A ninguno le importa que no haya vasos.
Después del bowl y en lo que sigue del parque de Ciudad del Río no se concentra tanta gente. Algunas sillas de las que están dispuestas en el lugar para sus visitantes están ocupadas por grupos de amigos y parejas, y un muro de escalar y unas piedras ovalas y gigantes le dan espacio a otro lugar perfecto para hacer deporte, pero que al parecer, no es muy utilizado por los visitantes del parque.
Este lugar de Medellín recibe a todo tipo de personas, allí se reúnen ciudadanos de diferentes clases sociales y razas a divertirse y pasar el rato sin discriminación. Es un espacio que se ha encargado de unir a la ciudad, dedicado al deporte gratuito y sin restricciones perfecto para escapar por un rato de la rutina.