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Manos de artesano
Lugar: Parque Lleras
Por: Paula Molina
“Welcome to Wonderland”, le dice un joven con mal inglés a tres turistas que pasan sin mirarlo frente a su puesto de artesanías, que él considera todo un paraíso. El saludo viene acompañado de una ruidosa carcajada que llama la atención de varias personas que visitan el Parque Lleras aquel sábado durante las horas de almuerzo.
Quienes frecuentan el lugar lo conocen como ‘El Indio’. Su nombre es Germán Vallejo y es artesano. Nació en 1981 en Medellín, vivió con sus padres en Santa Helena mientras cursaba el bachillerato en la Remington. Luego de graduarse alquiló un pequeño apartamento cerca de La Visitación y desde hace 11 años pasa las noches allí acompañado de Luna y Tabaco, dos perros recogidos de la calle.
Es alto, delgado y moreno, lleva recogido su cabello oscuro, tiene puesto un pantalón camuflado, unos tenis rotos y un collar rastafari que cuelga del cuello junto con los audífonos que salen de su camisa gris. Sus manos tienen callos, se come las uñas y su aliento huele a cigarrillo y café.
Sin prestar demasiada atención, el artesano trabaja ágilmente en una pulsera de hilo encerado, en cuestión de minutos termina la manilla, la coloca con las demás y se dispone a hacer un collar con hilos de cobre imitando uno de los modelos que ya tiene exhibidos. “Vea ‘mami’, haciendo aquel de allá me demoré como 40 minutos”, dice señalando el accesorio más grande que cuelga sobre la mesa.
Hace 14 años tiene la misma rutina: camina todos los días hasta el parque con un morral sobre el hombro y un tinto en la mano, no tiene una hora específica para llegar a trabajar, pero por lo general lo hace alrededor de las 11:00 a.m.. Él se tarda alrededor de 50 minutos en sacar, desenredar y organizar los accesorios que lleva enrollados en una cobija, y que coloca siempre en el mismo lugar, al frente del bar Medellín Beer Company.
Si no está en el Parque Lleras se encuentra en El Centro comprando materiales, hilos de cobre, bronce y acero, así como piedras artificiales que utiliza para adornar sus obras. Cuando decide tomarse un tiempo libre visita la casa de sus padres y saca un rato para orarle a Dios, un hábito que le enseñó su mamá Viviana desde que era pequeño. “Mi ‘vieja’ es la mujer que yo más quiero, todo lo que soy se lo debo a de ella” dice recordando con cariño a su madre.
Antes de trabajar como artesano, Germán empezó dos carreras: programación y artes plásticas, ninguna la terminó. En lugar de esto, trabajó durante un tiempo vendiendo accesorios con un par de extranjeros con quienes aprendió inglés y algo de italiano. “Yo no tengo diploma, pero he hecho de todo”, comenta. Sin lugar a dudas es así, viendo cómo trabajaban los artistas en las calles aprendió a hacer manualidades y perfeccionó sus técnicas de pintura. Su hermana melliza Tatiana le enseñó sobre la música, a cantar y a tocar instrumentos, “lo que más me gusta es la percusión porque hace mucho ruido”.
Germán vivió en Estados Unidos con una amiga. Allá trabajó en un bar, pero volvió a Colombia al poco tiempo. “Prefiero pasar hambre en Medellín que estar allá. El dios de los americanos es el dinero, la gente vive muy sola, yo nunca cambiaría esta ‘chimba’ de ciudad ni por 10 carros, una casa gigante y una nevera llena para botar la comida, no necesito eso”.
“Lo único que me gusta de los turistas es la ropa que llevan puesta, todos parecen salidos de las películas que me gusta ver”, dice German, “además son los que más me compran mis trabajos, principalmente los accesorios que hago en metal, les llaman la atención porque parecen joyas precolombinas”. Los precios de sus artesanías varían entre $10.000 y $70.000 pesos, los extranjeros por lo general le pagan en dólares.
Germán conoce y saluda por el nombre a todos los miembros de las 18 familias que habitan el Parque: los que cuidan los carros, los artesanos, los pintores y los cigarrilleros. John y Caro son meseros del bar que está cruzando la calle; los considera como sus mejores amigos, ellos le llevan agua, tinto y a veces cerveza. También le agrada doña Gloria, “esa sí que lleva trabajando aquí toda la vida, y siempre trae a sus dos hijos, yo los cuido cuando la señora se va a almorzar. Esos ‘culicagados’ son unos personajes, la niña es una ‘berraquita’ y el ‘cachorro’ no se queda quieto”.
Al final del día le duelen las manos pero siempre queda satisfecho, con la venta de sus artesanías vive bien. Siguiendo el consejo de su abuelo quien decía: “no pierdas la vida tratando de ganártela”. Por eso Germán se dedica a disfrutar de lo que tiene, el resto de las cosas que van llegando las afronta sobre la marcha.
“La vida es muy sabia, siempre nos está enseñando cosas y si no entendemos nos las repite, por eso yo me dejo llevar” dice ‘El Indio’, quien sonríe feliz porque sabe que por ahora se encuentra justo en el lugar en el que quiere estar.